La muerte de nuestra mascota

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Los humanos establecemos lazos afectivos con otros humanos y también con el resto de seres con los que nos relacionamos. Entre esos “otros seres”, se encuentra en uno de los primeros lugares por la naturaleza del lazo emocional que nos une, nuestro compañero y amigo el perro o el gato.

Desde el momento en que le abrimos las puertas de nuestra vida, le hacemos un hueco en nuestra familia, en nuestra rutina y por supuesto en nuestro corazón.

Eso significa que establecemos una conexión especial con ese ser, que es emocionalmente intensa y que según la personalidad de cada uno, la humanizaremos más o menos, será más o menos estrecha, en función también de nuestras circunstancias personales y nuestras vivencias.

Los perros( o gatos), no nos juzgan, no hacen valoraciones sobre nuestros actos, nos acompañan y nos demuestran su afecto mil veces cada día. No se reprimen, no nos exigen, no se resienten ni se enfadan (casi nunca) con nosotros y nos dan lo que más se parece a al amor incondicional al que aspiramos en el terreno afectivo.

Esa conexión tan intensa hace que cuando tenemos que enfrentarnos a la muerte, a la pérdida de nuestro amigo perro/gato, ese momento se convierta en una situación amarga y penosa que necesitaremos elaborar como cualquier otro duelo. Además hemos de recordar que un perro va a vivir 10-15 años con nosotros en el mejor de los casos. Así que nos tendremos  que enfrentar a este hecho seguramente en más de una ocasión.

El duelo es una respuesta natural ante la pérdida de un ser querido. La intensidad y duración de ese duelo dependerá del tipo de conexión que teníamos con nuestra mascota, de nuestra edad (no vivirá la pérdida de la misma manera un niño, que un anciano por ejemplo), de nuestras circunstancias personales ( no será lo mismo para una persona que vive sola que para alguien que comparte su vida con más personas…), e incluso el duelo dependerá del tipo de muerte que nuestro perro o gato haya sufrido ( tampoco lo viviremos igual si muere de viejo, después de una larga vida junto a nosotros que si lo perdemos por una muerte traumática o violenta). Estos elementos y algún otro harán que la elaboración de nuestro duelo por la pérdida de nuestra mascota sea más o menos complejo.

El duelo tiene una serie de etapas que se pueden aplicar a cualquier tipo de pérdida: en un primer momento estaremos en una fase de “shock” en la que el dolor es más intenso, en la que podemos estar muy tristes y abatidos, en la que incluso los sentimientos dolorosos pueden acompañarnos de forma constante. Tenemos en nuestra mente a nuestro amigo perro/gato y no se nos va de la cabeza.

Poco a poco iremos entrando en una segunda etapa, de “preocupación” en la que el dolor es menos intenso pero nos acompaña siempre. Quizá aparecen algunos sentimientos de culpa si consideramos que algo no hicimos bien o tomamos decisiones controvertidas, podemos incluso pasar por una leve depresión. Poco a poco, esta etapa irá dejando paso a otra más tranquila, de “resolución” en la que se puede recordar con más tranquilidad e incluso con cierta sonrisa a nuestra querida mascota, agradeciendo quizá a la vida haber tenido la oportunidad de compartir con él/ella un trozo del camino. Es a partir de este momento en el que quizá podemos comenzar a pensar en tener un nuevo amigo que nos acompañe.

El sufrimiento que acompaña a la pérdida hace que algunas personas prefieran no volver a tener mascota. Para otras sin embargo es necesario buscar un nuevo amigo que llene el vacío dejado. Son decisiones muy personales que dependerán de cada persona y sus circunstancias pero no hay duda de que ambas son reacciones que dan la medida de lo importante que ese vínculo es para nosotros.

Todos los que hemos tenido perros o gatos nos ha tocado en algún momento despedirnos de alguno, llorar su pérdida y sentir su falta y  eso no nos hace raros ni exagerados. Simplemente nos hace humanos. Después recordaremos con cariño sus anécdotas, su carácter, las aventuras vividas con ellos y el lugar que ocuparon y ocuparán en nuestro corazón.